Fragmentos II
¡Nacieron!
Nuestro nacimiento es todo un dilema. Mamá dice que nacimos el 8 de julio de 1978 pero todos nuestros documentos indican que es en agosto. Decidimos hacerle caso a mamá y lo celebramos la fecha que ella dice (8 de julio) pero nunca arreglamos los documentos, por lo que celebramos un mes antes que la fecha oficial.
Cuando nacimos, cuentan todos los que nos vieron, que éramos pequeñitas, tanto que hasta los pañales (de tela) tenían que cortarlos por la mitad porque eran demasiado grandes para nosotras. Toda la ropa nos quedaba inmensa. Kari pesó 1.200Kg y yo 1.500 Kg. Éramos la quinta y sexta de familia De Grazia Suárez de Upata que ya estaba conformada por: Josefina (“pina”), Horacio Martino (“chichito”), Carmelo (“nené”) y Daniel José (“nani”).
Fuimos tan pequeñas al nacer que todos decían que parecíamos “unos ratoncitos”. La razón: llegamos antes de tiempo; somos sietemesinas. El doctor que nos atendió indicó que “ ellas se van a dar en la medida en que tengan los cuidados requeridos y se cuiden apartadas de todos”. Por su sugerencia no podíamos estar expuestas a ningún virus por lo que sólo nos atendieron los primeros meses mamá, “la nonna” y papá. Más nadie pudo acercarse en ese tiempo.
Una vez que pasaron unos seis meses y, según dice mamá “estábamos grandes y ya nos podían ver, tocar y hasta pellizcar por los cachetes rosados y gorditos”, nos dieron a conocer con el resto de la familia. Siempre gozamos de buena salud y nos vestían con los mismos modelos pero de diferente color, principalmente en las fiestas y celebraciones.
Hasta los once años cada una tuvo una vida independiente de la otra. Kari comía poco y le gustaba ser la imagen y semejanza de nuestra hermana mayor (Pina), mientras que yo tenía muy buen apetito y optaba más por jugar fútbol o andar en bicicleta con los vecinos de la urbanización por donde vivíamos por lo que siempre salía regañada.
Kari siempre recuerda que si se descuidaba yo me comía lo que había en su plato. “Siempre que me levantaba de la mesa a buscar algo le decía a Mary: no te vayas a comer mi comida”. Le resulta inolvidable el día en que “mi mamá había hecho pasta y yo me paré a buscar más queso rallado para echarle y cuando volví no tenía nada en el plato. María se lo había comido todo”.
Como también le resulta inmemorial que “desayunábamos café con leche con pan colombiano (un pan sobado dulce muy típico de la zona) y ella se lo agarraba casi todo”.
“Ana María siempre tuvo buen diente. Comía de todo y si le gustaba repetía. A veces tenía que regañarla para que no comiera tanto porque se comía lo de Dani que, al contrario de ella, era muy mala boca y lo que dejaba Ana Karina en su plato”.
Ese apetito- quizás voraz- hizo que mis hermanos me pusieran apodos como: marrana, cochinita, gorda y me hicieran todo tipo de bromas pesadas cuando me iba a sentar en la mesa. “¡Cuidado!, hay que comer porque viene la marrana”, por ejemplo.
Al principio yo no le prestaba mucha atención pero poco a poco fui considerando que era cierto; que comía más de la cuenta y que, incluso, tenía un problema.
Mi tía Micaela siempre decía “no le sigan diciendo eso que la van a acomplejar y va a dejar de comer” a lo que yo le replicaba “no tía. Yo no dejaré de comer porque eso es lo más sabroso que hay”.
Nada más lejos de la realidad. Y aunque el apodo seguía presente todos los días en casa y las bromas de mal gusto en la mesa también, fue un comentario hecho por una niña de 6 años lo que me hizo enfurecer y salir corriendo a verme en el espejo para reconocer que estaba gorda, al decirme “mira cómo te quedan esos pantalones de apretados, no te quedaban así antes. Estás muy gorda”.
Nuestro nacimiento es todo un dilema. Mamá dice que nacimos el 8 de julio de 1978 pero todos nuestros documentos indican que es en agosto. Decidimos hacerle caso a mamá y lo celebramos la fecha que ella dice (8 de julio) pero nunca arreglamos los documentos, por lo que celebramos un mes antes que la fecha oficial.
Cuando nacimos, cuentan todos los que nos vieron, que éramos pequeñitas, tanto que hasta los pañales (de tela) tenían que cortarlos por la mitad porque eran demasiado grandes para nosotras. Toda la ropa nos quedaba inmensa. Kari pesó 1.200Kg y yo 1.500 Kg. Éramos la quinta y sexta de familia De Grazia Suárez de Upata que ya estaba conformada por: Josefina (“pina”), Horacio Martino (“chichito”), Carmelo (“nené”) y Daniel José (“nani”).
Fuimos tan pequeñas al nacer que todos decían que parecíamos “unos ratoncitos”. La razón: llegamos antes de tiempo; somos sietemesinas. El doctor que nos atendió indicó que “ ellas se van a dar en la medida en que tengan los cuidados requeridos y se cuiden apartadas de todos”. Por su sugerencia no podíamos estar expuestas a ningún virus por lo que sólo nos atendieron los primeros meses mamá, “la nonna” y papá. Más nadie pudo acercarse en ese tiempo.
Una vez que pasaron unos seis meses y, según dice mamá “estábamos grandes y ya nos podían ver, tocar y hasta pellizcar por los cachetes rosados y gorditos”, nos dieron a conocer con el resto de la familia. Siempre gozamos de buena salud y nos vestían con los mismos modelos pero de diferente color, principalmente en las fiestas y celebraciones.
Hasta los once años cada una tuvo una vida independiente de la otra. Kari comía poco y le gustaba ser la imagen y semejanza de nuestra hermana mayor (Pina), mientras que yo tenía muy buen apetito y optaba más por jugar fútbol o andar en bicicleta con los vecinos de la urbanización por donde vivíamos por lo que siempre salía regañada.
Kari siempre recuerda que si se descuidaba yo me comía lo que había en su plato. “Siempre que me levantaba de la mesa a buscar algo le decía a Mary: no te vayas a comer mi comida”. Le resulta inolvidable el día en que “mi mamá había hecho pasta y yo me paré a buscar más queso rallado para echarle y cuando volví no tenía nada en el plato. María se lo había comido todo”.
Como también le resulta inmemorial que “desayunábamos café con leche con pan colombiano (un pan sobado dulce muy típico de la zona) y ella se lo agarraba casi todo”.
“Ana María siempre tuvo buen diente. Comía de todo y si le gustaba repetía. A veces tenía que regañarla para que no comiera tanto porque se comía lo de Dani que, al contrario de ella, era muy mala boca y lo que dejaba Ana Karina en su plato”.
Ese apetito- quizás voraz- hizo que mis hermanos me pusieran apodos como: marrana, cochinita, gorda y me hicieran todo tipo de bromas pesadas cuando me iba a sentar en la mesa. “¡Cuidado!, hay que comer porque viene la marrana”, por ejemplo.
Al principio yo no le prestaba mucha atención pero poco a poco fui considerando que era cierto; que comía más de la cuenta y que, incluso, tenía un problema.
Mi tía Micaela siempre decía “no le sigan diciendo eso que la van a acomplejar y va a dejar de comer” a lo que yo le replicaba “no tía. Yo no dejaré de comer porque eso es lo más sabroso que hay”.
Nada más lejos de la realidad. Y aunque el apodo seguía presente todos los días en casa y las bromas de mal gusto en la mesa también, fue un comentario hecho por una niña de 6 años lo que me hizo enfurecer y salir corriendo a verme en el espejo para reconocer que estaba gorda, al decirme “mira cómo te quedan esos pantalones de apretados, no te quedaban así antes. Estás muy gorda”.
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